miércoles, 3 de abril de 2013

Lichtenstein. El Picasso más Pop.

Conocido es el caso de que Picasso anduvo allá por 1937 por la Rue des Grands Agustins de París, donde instalaría su estudio. Este estudio abrió su puerta tras la Segunda Guerra Mundial a Roy Lichtenstein, que animado por la obra del pintor había querido conocer el lugar donde la había creado. Lichtenstein, abrumado por la emoción y el entusiasmo de tal oportunidad, no cruzó la puerta: empieza así la marca de Picasso sobre el americano.

Picasso ve en el cubismo una suma de destrucciones. Partiendo de un determinado objeto, es posible realizar muchas abstracciones, cada una de las cuales arroje cierta luz sobre la oculta verdad. La realidad es para él la suma de toda posibilidad.   

Picasso atiende a otras culturas, a otro tiempo, mitologiza, Picasso reflexiona.

Picasso dijo en su día para llegar a una abstracción es necesario partir siempre de una realidad concreta…siempre hay que comenzar por algo completo. Luego, despojándoles de todos los rastros de la realidad, ya no habrá ningún peligro porque la idea del objeto habrá dejado ya una impronta indeleble. La realidad es lo que pone en marcha al artista, lo que exalta sus ideas y mueve sus emociones.

Era inevitable, con todo esto no podía menos que admirarle. Su tentación se convierte entonces en encontrar la vanguardia histórica, consagrada a lo eterno por su merecido derecho a conservarse en los mejores museos, pero siempre igual de sorprendente.

En su primer periodo, tras haber comenzado en 1940 a estudiar en la Universidad de Ohio, se dedica en pleno a la retratística y naturalezas muertas en la línea picasiana. En la de 1970 lo retoma de nuevo, una vez deja Manhatan. Y en los años de 1980, a fines ya de su vida, su propia amante, la que se podría considerar como su Marie Thérèse, se encarga de explicar cómo el desnudo y la mujer invade sus imágenes de bañistas en un puro homenaje picassiano. 

 Vemos así como visión tan rica de la obra del pintor español se repite toda su vida, y en los años setenta le sirve incluso para parodiar estereotipos populares, reaprovechando y combinando de continuo todas los géneros y etapas pictóricas de la historia del arte.

Y es que, llegados a este punto, dos cosas son las que tenemos que entender en Lichtenstein.

Primero, si sus obras nos dan la cercanía y clara comprensión que tan bien reconocemos al admirar su obra, no se debe más que a su animosidad por lo que se ha denominado un “género codificado”. Esto se entiende en que de lo que tratan sus cuadros es de composiciones nuevas y personales a partir de recopilar los códigos previamente establecidos por otros genios del arte. Quien ve su obra ya conoce esas imágenes. Quien ve su obra cae impresionado ante su renovadora visión.

Segundo, Lichtenstein no copia a Picasso, de hecho no copia a ningún artista, porque sus obras no son calcos, son interpretaciones. Guarda sus catálogos en su biblioteca personal, visita el MOMA cuando tiene la oportunidad. Alaba su figura, pero no la plagia.

En definitiva, Lichtenstein indaga en el genio español, capaz de sobreponer sus dos magníficas obras como una misma idea expresada de los modos más dispares.


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